Enrique Oliva, alias Francois Lepot, está equivocado respecto del Rey de la Araucanía y Patagonia

Por Pablo Edronkin - Publicado* - 29 de enero, 2014

Este trabajo lo he encarado a fin de hacer un análisis acerca del libro "El Rey de la Araucanía y Patagonia" escrito por Enrique Oliva bajo el seudónmo de "Francois Lepot".

Rey Aurelio-Antonio I con poncho Mapuche

Es necesario aclarar inicialmente que no pretendo hacer en este artículo un análisis pormenorizado de este tema, sino algunas observaciones sobre el trabajo en cuestión, por demás interesante, pero que a mi entender, presenta algunas contradicciones y merece algunos comentarios que como explorador de la Patagonia desde hace más de dos décadas, creo necesario efectuar.

Antoine I fue un aventurero que logró convertirse por un tiempo breve en Rey de la Araucanía y Patagonia para ser despojado tanto por la Argentina como por Chile de sus pretensiones a tales tierras.
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Rey Aurelio-Antonio I con poncho Mapuche


Este hecho está históricamente reconocido y ha sido comentado incluso en prestigiosas publicaciones como "The Economist" (Dic. 20, 1997).

Francois Lepot hace un pormenorizado análisis histórico y contemporáneo sobre este tema desde un punto de vista evidentemente contrario a lo sostenido por los herederos del reinado de Antoine I.

Sin embargo, tal análisis está viciado por un importante número de errores metodológicos y de razonamiento que ponen en tela de juicio el trabajo desde distintos puntos de vista, como han observado también otros autores.

El autor emplea un seudónimo y según él mismo es un periodista y ex rector universitario con un abultado currículum, por lo que debemos asumir que una persona de tales calificaciones no debe ser dada a efectuar omisiones fuera del lugar o errores, y por consiguiente no se puede hablar simplemente de cuestiones estílisticas en su texto en relación al análisis que haré a continuación.

Es fácilmente demostrable que el autor ha manejado hábilmente en su trabajo un tipo de falacia lógica denominada "ad hominem" que convierte a un texto en persuasivo sin ser necesariamente verdadero.

La falacia consiste en atacar la persona contraria sin entrar a analizar las razones, restándole mérito o credibilidad, y si a esto se agrega el hecho de que no se trata de un diálogo sino de un monólogo, el discurso del libro se torna aún más poderosamente falaz en tal sentido.

Con esto no pretendo entrometerme en cuestiones geneaológicas que no son de mi especialidad, sino que sostengo que al aplicarse una falacia de estas características la posición sustentada sobre tales argumentos pierde de por sí credibilidad.

Si se observan ejemplares de noticias aparecidas en diarios argentinos o chilenos, se puede observar que contemplan el mismo tono, mientras que la información que puede hallarse en Internet, proveniente de fuentes internacionales, no lo emplea.

La razón para que esto ocurra es evidente: tanto argentinos como chilenos se sienten obligados a defender, en este caso, sus propias afirmaciones de soberanía de manera enfática. Es decir, el análisis que hacen debe, necesariamente, ser considerado como altamente subjetivo.

Por otra parte, el empleo de las falacias lógicas es habitual cuando se intenta desviar la atención del meollo principal. Un abogado emplearía una cuando no puede defender algún punto de su cliente y debe, ante el jurado, intentar crear una impresión distinta.

Lepot emplea estos medios de forma atinente en algunos casos, pero en otros mezcla conceptos que muy poco tienen que ver: por ejemplo, cuando se refiere al cruce del istmo de Panamá en tren, por parte de Antonie I, y menciona que dicho ferrocarril fue construido por chinos "esclavos".

Este párrafo actúa sobre el lector incauto como un descrédito incorrectamente planteado sobre la persona del supuesto Rey, pues ciertamente no fue él quien construyó esa vía férrea sino los norteamericanos, pero parece ventilar un resentimiento contra los habitantes de dicha nación, la cual nada tiene que ver en este asunto.

Por otra parte, no existían chinos "no precisamente voluntarios" en los EE.UU, por lo cual la afirmación es incorrecta, y en tercer lugar, todo debe ser visto en su contexto histórico: muchos países todavía contaban con la esclavitud para realizar ciertas tareas, como Brasil, que supuestamente era una "nación hermana".

Con el mismo criterio que Lepot emplea para describir este cruce de Panamá, podríamos decir que los argentinos quedamos más desacreditados aún porque nuestros vecinos contaban con esclavos y nosotros comerciábamos con ellos. Es más, hasta fuimos sus aliados en la guerra del Paraguay, entre 1870 y 1875.

El tema de las falacias lógicas es muy amplio. Para mayores informes sobre el tema de las falacias no formales desde un punto de vista lógico, es recomendable que el lector se refiera al libro "Introduction to Logic", escrito por E. Copi.

De la lectura del libro se desprende que el autor emplea a la mofa como estilo, y ello contribuye precisamente al descrédito del personaje, y por cierto, de todo el supuesto linaje o línea sucesoria del Rey Antoine.

La existencia de un problema ya de tipo personal con una de las personas citadas en el libro, el pretendiente al trono de la Araucanía y Patagonia, Philippe Boiry, actual Príncipe Heredero según los fueros que sustenta, se hace evidente, y sin entrar en juicios personales sobre cualquiera de las partes, creo que esta mención desmerece un poco la equidad histórica que requiere el tema.

Es decir, es evidente que aquí, el autor presenta una manifiesta parcialidad en el asunto tratado, y sin restar valor de verdad inicialmente a lo que sea comprobable, es evidente que el texto debe tomarse con cuidado desde un principio. El libro del Lepot parece más un ajuste de cuentas personales o la ventilación de resentimientos políticos que un trabajo serio.

El empleo de la falacia no formal citada (ver explicación aquí) se inicia desde el capítulo I. Asumiendo que fuera cierto todo lo que dice el autor en su libro, las conclusiones deberían estar estructuradas como tales, y no ser impresas desde el inicio de la obra pues actúan como condicionantes.

Mucho más lógico hubiera resultado iniciar el libro de forma imparcial para luego llegar a las conclusiones de forma debidamente razonada. Aplicar los calificativos que emplea, y de la manera que lo hace, desde el primer capítulo, condicionan al lector.

Esto no es esclarecedor, precisamente, y basta ver que con la animosidad manifiesta que existe en la mente del autor hacia el Príncipe Boiry, a quien no conozco y con quien no tengo contacto alguno, para llegar a la conclusión de que el libro está estructurado para lograr algo más que esclarecer puntos históricos oscuros.

Para alguien con ciertos conocimientos de lógica, la detección de esta falacia únicamente contribuye a desacreditar al propio trabajo pues, reitero, Oliva las debería conocer por ser un rancio académico.

El empleo de la falacia lógica no formal citada como menciona Copi en su libro, es un recurso que se aplica cuando no hay otra manera de desacreditar a la otra parte. De esto se desprende que cuando se aplica, realmente algo de verdad o de razón debe tener el contrincante de quien emite tales aseveraciones desacreditadoras, y que dicho emisor teme en realidad que tales argumentos sean escuchados.

Por otra parte, que la persona de Antonie I existió desde un punto de vista físico no cabe ninguna duda, y parece que tampoco puede dudarse del hecho que intentó en reiteradas oportunidades recuperar el poder como Rey de los indios de la Araucanía y de la Patagonia.

En esto, Antoine I no se diferencia de muchos líderes políticos, incluyendo los argentinos y chilenos como Perón, que se estuvo exiliado en España para volver luego a la Argentina, y tantos políticos chilenos que estuvieron exiliados durante la dictadura del General Pinochet.

La táctica de descrédito a cualquier precio de la persona del Rey de la Araucanía se ve a primera vista, literalmente, pues ya en el capítulo I el autor, sin explicar demasiado de dónde saca tales conclusiones, Lepot minimiza la imagen del supuesto Rey, llegando a criticar hasta su aspecto personal y su cuerpo, lo cual en sí es de escasa relevancia salvo para crear una imagen buscada, pues si por el aspecto personal nos guiáramos para juzgar la capacidad de las personas o los hechos históricos, entonces la reina Victoria de Inglaterra nunca podría haber sido considerada como la constructora de un imperio a causa de su obesidad y por qué no, fealdad.

El General Perón parece haber sido estéril, y muchos de nuestros héroes patrios no dejaron descendencia, por lo que estas aseveraciones resultan incorrectas e improcedentes. Si no fuera que el rey era de origen europeo, tanto como el autor, muchos de los comentarios que se hacen podrían entenderse hasta como una velada forma de racismo, y desde un punto de vista occidental, podrían entenderse como políticamente poco correctos.

Si admitimos que a fines del siglo veinte no es correcto mofarse de los ciegos por su ceguera, de los obesos por su exceso de peso, etc. entonces parece poco procedente que un autor universitario y periodista dedique unos buenos párrafos a desacreditar a una persona sobre la base de su aspecto físico, cabellera, forma de la cara e incluso enfermedades, algo que el autor menciona en reiteradas oportunidades.

El autor menciona como algo inadmisible en su libro que el Rey de la Araucanía y Patagonia, Antoine I se adjudicara los territorios hasta Tierra del Fuego según él, con muy escaso conocimiento de la zona.

Además de fallar al no colocar la cuestión en su contexto histórico, pues en esa época la región todavía era parcialmente desconocida para cualquier hombre blanco, cabe preguntarse si quienes por otro lado se los han adjudicado, es decir, tanto argentinos como chilenos, saben algo de la misma.

Como explorador de la Patagonia, con varias décadas de experiencia, y habiendo recorrido numerosos parajes de la Argentina y de Chile, muchos de los cuales no han sido visitados por el hombre con anterioridad, y habiendo conversado sobre el tema con muchas personas de ambos países, puedo dar mi palabra de honor en el sentido de que un buen número de habitantes de estas naciones poco saben acerca de estos territorios.

Es más, muchos saben tan poco de la región en cuestión, que la primera vez que ven la nieve es cuando, como estudiantes, realizan su tradicional viaje de egresados a la ciudad de Bariloche, al momento de tener alrededor de 18 años de edad.

En los hechos, tanto la Argentina como Chile han hecho exactamente lo mismo que Lepot le achaca al Rey Antoine I, es decir, adjudicarse las tierras sin más, con el único argumento más sólido que es la simple fuerza militar.

Por otra parte, la Argentina y Chile siguen adjudicándose de hecho, sendas porciones en la regional-antartidas, y ya los portugueses y españoles habían adoptado esta extraña costumbre antes de iniciar la colonización del suelo Americano con peculiares tratados en los que pretendían repartirse el mundo.

Es más, en el derecho internacional visto desde la perspectiva del "Common Law" británico, se pone énfasis en que dicha repartición a priori no es tomada como válida. Es decir, Inglaterra se oponía, naturalmente que por cuestiones estratégicas, a lo que afirmaban España y Portugal.

Es evidente que si el derecho de las colonias, y consiguientemente, las leyes locales se basaron en este hecho y por consiguiente en la anexión a priori de las tierras, sus gobernantes toman a este como un método válido y por consiguiente, también admisible en el caso del Rey Antoine I.

Para decirlo brevemente ¿Por qué la Argentina y Chile podrían adjudicarse esos territorios y no otras personas o estados? ¿Qué elemento del derecho internacional les reconocía esa facultad?

También es evidente que ni Ingleses ni argentinos conocían demasiado acerca de las islas Malvinas antes de la guerra de 1982, los norteamericanos poco sabían de Vietnam, y no todos los Franceses conocían Argelia.

El desconocimiento geográfico e histórico es la norma, y no la excepción, entre los pueblos, como el lector puede constatar en el caso de otro debate relativo a un mito de la Patagonia el cual me he encargado de dilucidar desde hace algunos años, y que consiste en la creencia infundada de que hay una conspiración sionista para apoderarse de dicho territorio.

Es normal que los aspirantes a un territorio se lo pretendan adjudicar a priori, a fin de sentar precedentes para sus respectivas causas. Si estuvo mal para el caso del Rey Antoine I, también lo debería haber estado para la Argentina y para Chile y por consiguiente, nunca deberían haber avanzado hacia el sur.

Además, el hecho de que este Rey ya se autodenominara 'Príncipe' antes de partir de Francia significa muy poco, pues hay muchos otros casos de pretendientes que han hecho lo mismo en diversos estados y, más aún, la propia Argentina contaba con una bandera antes de su independencia y reconocimiento por parte de otros estados.

Incluso muchos candidatos a presidente en diversos países se adjudican públicamente la victoria antes de la selecciones, como el consabido 'Ménem 2003' que vemos hoy por hoy en la Argentina.

¿No era acaso Eva Perón la 'Líder espiritual de la nación'? ¿Cuando fue electa para ello? ¿Qué clase de cargo era éste? Es evidente que si de adjudicarse cargos a priori se trata esta discusión, Antoine I no estaría solo, y no lo estaría porque ello es normal en política.

Tanto argentinos como chilenos también hicieron y hacen lo mismo, y en muchas más oportunidades. De hecho, en la Constitución de la República Argentina se habla de 'Tierra del Fuego, Antártida e Islas del Atlántico Sur' cuando en los hechos, ni 'las Islas del Atlántico Sur' ni la 'Antártida' se encuentran bajo jurisdicción argentina en un sentido estricto.

Si mal no recuerdo, cuando se modificó la Constitución Nacional Argentina, a mediados de los años 90, hubo algunas protestas internacionales por estas adjudicaciones que, fuera de la Argentina, no son consideradas por lo visto como legítimas por todo el mundo.

No nos olvidemos de que tenemos 'soberanía bajo paraguas' y también reclamos sobre un territorio, la Antártida, que no han sido reconocido a causa de tratados internacionales.

Los chilenos también se autoadjudican gran parte del territorio argentino de la Patagonia, y basta ver la cantidad de mapas de su país que 'erróneamente' se publican conteniendo partes de lo que es considerado como territorio argentino intencionalmente.

Es más, desde un punto de vista de los hechos, la ofensa argentina o chilena en relación a las pretensiones territoriales de Antoine I no suena muy diferente de lo que podría parecerle a un Kelper de las Malvinas el reclamo argentino. Es decir, una parte considerada por ellos como sin derechos y sin fuerza para quitarles en territorio que consideran como propio, pero con reclamos constantes.

Para la Argentina o Chile, los reclamos de Antoine I y sus asociados y sucesores son equivalentes en el sentido de que también se trata de reclamos "antojadizos" desde el propio punto de vista, hechos por una entidad con insuficiente poder pero de forma insistente.

Estas son simples cuestiones de política, pero que no son válidas en este caso. Naturalmente, se las refuta por conveniencia, pero sin ninguna base particularmente sólida, más que la fuerza.

En cuanto al propio título de Rey, Antoine I no sería el primero en autotitularse por estas latitudes, si es que realmente no hubiera sido coronado por los indios. En la Argentina, el Brigadier general Don Juan Manuel de Rosas se autodenominaba "El Restaurador de las Leyes" y el hecho es que durante su gobierno de facto, el país no llegó a poseer una Constitución Nacional propia y valedera.

Por otra parte, si es por títulos obtenidos por vía indirectas o poco ortodoxas, Don Juan Manuel Belgrano nunca hizo la carrera militar, pero se lo conoce como "General" habiendo sido únicamente un "Licenciado" por el expediente hecho de que fue electo como tal, por lo que incluso si supusiéramos que Antoine I no era de origen noble, como sugieren sus detractores, si Belgrano pudo convertirse en General por elección, Antoine también podría convertirse en Rey del mismo modo.

De hecho, en algunos países como Polonia, los cargos monárquicos eran electivos, y Montesquieu y Maquiavelo aceptan a la elección como mecanismo sucesorio de un monarca.

Por otro lado, los países latinoamericanos han tenido un gran número de presidentes de facto cuyos actos, sin embargo, han sido reconocidos ampliamente como razones de estado, más allá de cuestiones políticas, así que en nuestra propia historia hemos tenido, aplicado y reconocido condiciones de facto.

Por ejemplo, los tratados firmados por los gobiernos militares de los Generales Pinochet o Videla, se han aplicado posteriormente en la democracia. Es más, tales atribuciones, títulos y manifestaciones deben entenderse como hechos propios de la actividad política de cualquier persona que pretende administrar un estado. El supuesto Rey Antoine I no era ni mejor ni peor que otros al hacer esto.

En cuanto a qué y cómo haya gobernado este Rey, o cuanto haya hecho, esto es un juicio de valor político. Hubo y habrá gobernantes que duraron muy poco en sus cargos, en todo el mundo, y de hecho, la Argentina reconocía jubilaciones de privilegio con remuneraciones especiales a funcionarios que ocupaban cargos por solamente un día. El propio Juan Pablo I rigió los destinos de la fe católica y del Estado Vaticano tan sólo por algunas semanas.

Por otra parte, en la práctica y en los hechos, el estándar de vida de los habitantes de Argentina o Chile tampoco demuestra una actividad de gobierno que sea particularmente más competente que la de este Rey, para decir la verdad, con la salvedad de que Antoine I podría haberse excusado por haber detentado el poder por muy poco tiempo.

Es decir, no me parece que argentinos o chilenos tengamos mucha autoridad moral para hablar acerca de lo que es un buen o un mal gobierno, de cómo debe constituirse y es obvio que si Lepot realza este hecho, no puede pretender que Antoine I hubiera logrado muchas cosas pues sino ¿qué debería decir entonces de los gobiernos de su país que poco han logrado en casi dos siglos?

En cuanto a la venta de títulos, avales del tesoro y demás argucias legales o financieras que el Rey hubiera realizado para obtener los fondos necesarios para sus campañas, más allá del juicio de valor que hagamos, los países como la Argentina lo hacen con regularidad ¿O qué es acaso la deuda externa? La emisión de bonos, moneda y otros avales es parte de las atribuciones de cualquier estado. Un ciudadano cualquiera tiene, en este sentido, tanto derecho a adquirir un título financiero emitido por el Rey de la Araucanía y Patagonia, como un bono del tesoro argentino.

Este tipo de inversiones y recaudaciones son bastante comunes hoy en día, en todo el mundo, y mientras no se engañe a los donantes respecto del fin que se le asignará a los fondos, ello no tiene nada de ilegal. Al fin y la cabo, se trata de una operación comercial más, y pretender desacreditarla por el fin que se le asignará a dichos fondos es como pretender desacreditar la venta de libros simplemente porque no nos gustan. Si algo no nos agrada, no lo compramos.

Esto también debe extenderse al comercio de títulos nobiliarios que, como relata Lepot, incluso la monarquía inglesa efectúa con regularidad por lo que debe ser considerado como práctica habitual y normal, aunque parezca extraña.

Pero, el meollo de la cuestión no son estos tecnicismos, sino qué es lo que hizo o dejó de hacer este Rey como para ser reconocido como tal o no: que Antoine I estuvo en la zona es un hecho del que nadie parece dudar. Que intentó conservar su gobierno regresando cuatro veces, es también indudable.

Esto es mucho más de lo que se puede decir de muchos de nuestros propios gobernantes, para decir la verdad, y pretender juzgar su actividad como supuesto jefe de estado sobre la base de las firmas o los nombres bien o mal pronunciados de los indios o los parajes, es sencillamente falaz.

¿O cuantos argentinos o chilenos saben si es correcto escribir "Coya" o "Kolla", o si los "Coyas" o "Kollas" eran "Incas" o no lo eran? Y esto, dicho con todo el respeto que se merece esta gente, aclarando que este comentario es solo un ejemplo.

Además, existe lo que se llama "adaptación" de las palabras al idioma local y es lógico que un francés tendrá una tendencia, incluso subconsciente, a modificar las palabras extranjera a su fonética y costumbres idiomáticas varias. Nosotros decimos "Nueva York" en vez de "New York" y "Londres", en vez de "London".

Que Antoine I fue o no un rey en el sentido clásico de la palabra es lo que está en cuestión. Todo lo demás, como creo haber probado, son detalles que podrán ser más o menos condenables si se desea, pero que son equivalentes a lo que sucede en cualquier Estado de "verdad".

Si nos guiáramos simplemente sobre la base de los actos de gobierno de Antoine I, y al ver que este monarca actuó como actúan y actuaron nuestros propios gobernantes, tendríamos que decir que efectivamente, se trató de un Rey auténtico, pero con muy mala suerte para él.

Por otra parte, tenemos los documentos aportados por la historia y sus descendientes, y también deben ser considerados. Decir de antemano que tales documentos son apócrifos es metodológicamente incorrecto.

Esto es algo que habría que probar, y no solamente afirmar, y Lepot no menciona ser un genealogista o perito calígrafo, y tampoco aclara cuales son sus fuentes en este caso. Es probable que los supuestos actos de gobierno y conciliábulos de Antoine I con los indios no hayan sido tan gloriosos como él ha pretendido mostrarlos, pero ¿quién puede razonablemente creer que las gestas libertadoras de Argentina o Chile, o para el caso de cualquier otro país lo han sido?

¿Alguien cree que el 25 de Mayo de 1810 haya sido realmente una fiesta en su momento? ¿Alguien cree que el cruce de los Andes por San Martín haya sido como se la describe en las revistas para niños? ¿Alguien puede creer que la historia fue como nos la cuentan 200 años después?

No quiero decir con esto que pretendo restar méritos a los patriotas de estos dos países, ni para el caso, de ninguno otro, pero señores, conectemos nuestros cables a tierra y entendamos de una vez que la historia raras veces es como la presentan.

Además, el hecho es que algún tipo de actividad gubernamental, por más tenue que haya sido, existió, y es evidente que no se le puede pedir a alguien que gobierne por un corto período que de su gestión aporte resultados que llevaría años obtener ¿De qué estamos hablando si la Argentina o Chile recién han afianzado sus sistemas democráticos de gobierno a más de ciento cincuenta años de sus respectivas declaraciones de independencia?

Todos los papeles aportados, si corresponden a la época en la que Antoine I gobernó, y si llevan su puño y letra, entonces deben ser considerados como auténticos, a no ser que se pruebe lo contrario.

Pero el autor manifiesta que los ministros del Rey no existieron, o bien que los caciques no firmaron esos papeles. Para afirmar esto se basa, en gran parte, en que los indios, en la actualidad, no recuerdan que ello hubiera ocurrido.

Es decir, que no hay tradición oral al respecto, pero lo importante es que quienes se encargaron de destruir precisamente a estas culturas indígenas han sido argentinos y chilenos, por lo que ahora, reclamar que aparezcan pruebas a partir de lo que uno mismo ha destruido, es sencillamente improcedente.

Del mismo modo, podemos decir que ni el Rey Arturo de Inglaterra, ni el propio Jesucristo han dejado pruebas absolutamente fehacientes de que hubieran existido, y que por otra parte, nadie los recuerda en un sentido estricto, sino que simplemente se ha transmitido una tradición más o menos oral de ellos.

En estos casos, la tradición no resulta siempre precisa. Por ejemplo, se piensa que Judas había sido el décimo tercer apóstol, pero en realidad fue el sexto y Jacobo fue el decimotercero. Esto prueba que hay que tener cuidado con la tradición oral, pues resulta imprecisa.

En los evangelios esto está aclarado, pero la gente piensa otra cosa. Es más: del único personaje descrito en la Biblia de quien no podemos dudar que haya existido es del Faraón Egipcio Ramsés II, pues se ha encontrado su momia, así que si de pruebas fehacientes se trata, entonces de lo único que podemos estar seguros es de que Ramsés existió, y aplicando el criterio del Sr. Lepot, Moisés es un fraude.

¿Y de los diez mandamientos? Si las tablas originales no están, entonces no hay prueba "fehaciente" como le reclama Lepot a los descendientes de Antoine I, y por lo tanto ¿qué hacemos miles de millones de seres humanos respetando algo que no es "fehaciente"? ¿Y quién se acuerda de todos los Papas? Por ejemplo, o ¿Quién sabe el nombre del secretario General de las Naciones Unidas que ocupaba el cargo en 1952? Pocos, evidentemente.

Los pueblos indígenas se basan en su tradición oral, lo cual es considerado como algo válido, aunque quizás no estrictamente científico, como lo entendemos los occidentales. Del mismo modo se ha transmitido gran parte de esta historia del Reino de la Araucanía y Patagonia, es decir, historias, algún que otro documento, y también, por qué no, tradición oral.

Ahora bien, el autor asigna a la tradición oral de los indios un valor de verdad que no le asigna por igual a la tradición oral de la Casa de la Araucanía y Patagonia, pero para hacer un análisis totalmente imparcial de este asunto, en realidad debería hacerlo. Es decir, las simples afirmaciones o aseveraciones de la nobleza o realeza de este reino deberían ser tan suficientes para satisfacer a Lepot como lo son las palabras de los indios actuales. Es decir ¿cómo es posible que Lepot se base en cierto tipo de evidencia para sostener su posición pero no admita que exactamente el mismo tipo de evidencia es aplicable por la otra parte también?

Al fin y al cabo, también estos están presentando una cierta tradición oral y escrita, y si una parte basa sus ideas en un conjunto de pruebas no fehacientes, Lepot no le puede pedir a la otra que apruebe datos más concretos de lo que está dispuesto a aportar por su propio lado.

De hecho, los indígenas de hoy en día tendrían algún que otro motivo para callar, como lo podrían haber tenido los propios caciques como Quilapán, que una vez presentados con el hecho consumado de la ocupación argentina y/o chilena, deberían colocarse a tono con "la historia oficial" a fin de no perecer, por lo que su propia tradición oral podría ser parcial en este caso.

No nos olvidemos de que han sido sojuzgados, y pretender obtener un argumento válido de ellos como lo hace Lepot, es como pretender que los Alemanes hubieran podido obtener votos franceses legítimos en 1941 para elegir a un gobierno colaboracionista.

Por otra parte, Lepot no toma en cuenta que muchos papeles y documentos pueden haberse destruido efectivamente durante la segunda guerra mundial, y es evidente que ello debe ser considerado tanto como los gobiernos de muchos países Europeos lo consideran haciendo respecto de las identidades y propiedades de sus ciudadanos.

Es bien sabido que las escrituras y títulos de propiedad se extraviaron, y sin embargo, los gobiernos están dispuestos a aceptar papeles de menor relevancia como material probatorio. Por ejemplo, muchas personas solamente tenían la posibilidad de probar que vivieron en un país determinado por contar con algún recibo sin mayor relevancia, como los que se entregan por el pago de un alquiler, o cosas por el estilo.

Estas personas no contaban ni con pasaportes, ni con ningún otro tipo de documentación, y si este criterio ha sido válido para, literalmente, millones de personas, también puede aplicarse en este caso. Además ¿no hemos tenido un "Día de los tres gobernadores" en la Provincia de Buenos Aires?

Es decir, si para el caso de esta provincia argentina se reconoce que hubo gobernadores que duraron un solo día, con más razón el monarca, aunque hubiera gobernado por dos noches, ya debería ser considerado como tal.

Por otra parte, la existencia de un vicepresidente, que asume el poder cuando el jefe de estado no está disponible, lo cual sucede a veces también por un solo día, es una prueba más de que no es posible descalificar una gestión sobre la base de su breve duración.

El texto omite también algunas cosas interesantes, como por ejemplo, en la parte que relata la captura del Rey por parte del ejército Chileno, dice que Antoine fue apresado por los chilenos y estuvo varios meses en la cárcel, y que su salud quedó hecha trizas, pero por otro lado, dice que no fue maltratado.

Empezando porque las pruebas indican que no fue un patriota chileno sino un espía al servicio del ejército quien actuó como entregador, resulta inverosímil pensar que una cárcel de mediados del siglo XIX fuera un lugar de respeto por los derechos humanos, más allá de quién haya sido el presidiario en cuestión, y por otro lado, si en la segunda ocasión en la que los chilenos confrontaron con este supuesto rey, la autoridad militar competente pidió "su cabeza" de forma literal, no veo dónde es que estaría presente el humanitarismo de una cárcel de esa época.

¿Cómo se puede decir que quienes querían decapitar al Rey Antoine I lo pensaban tratar humanamente? Ni siquiera en Europa o Estados Unidos las cárceles eran decentes, y basta acordarse de "La Isla del Diablo" para convencerse de ello.

Es obvio que sí lo fue o lo pudo haber sido sin que quedaran demasiadas pruebas y, en todo caso, no es posible extraer conclusiones claras al respecto pero no hace falta elucubrar demasiado acerca de cuáles podían ser las condiciones carcelarias en la época, aunque sea porque no tuvo un médico y lo tuvieron enfermo tanto tiempo en la prisión.

Mi abuelo estuvo preso en un Gulag de Kamchatka, por ser "espía" y tampoco fue torturado en un sentido clásico, pero su estadía allí no se trató de una visita social ni de turismo, sino que fue forzada. Mi abuelo fue oficialmente un agente enemigo, espía al servicio de cuanta potencia extranjera uno pudiera imaginarse, etc, pero nunca encontramos en casa nada que nos hiciera pensar que lo fuera.

De hecho, relató que ni siquiera había cercas alrededor de la prisión donde lo tenían alojado, por lo que tampoco podría decirse que había sido maltratado, pero hay muy diversas formas de torturar a una persona, o de quebrar su voluntad, y eso es lo que se hacía en los Gulags.

Es más, durante la ocupación Soviética de Polonia, todo el ciudadano Polaco que pensara un poco recibía tal calificativo. Mi abuelo era oficial del ejército, arquitecto y pintor, y no un loco ni un espía, como no lo fueron los millones de personas maltratadas de la misma manera, así que ¿qué nos podría hacer pensar que un gobierno que trababa brutalmente a los indios no inventaría alguna argucia de este tipo en el caso de Antoine I?

Respecto de la posible locura del monarca y lo que se dijo de él durante un juicio, es probable que estuviera loco; tan loco como cualquier otra persona emprendedora, con quien podemos coincidir o no, pero que se caracteriza por su persistencia.

Henry Ford fue persistente, tuvo éxito, pero murió con un hacha al lado de su cama, y Thomas Alva Edison, a pesar de ser un gran inventor, odiaba las universidades y todo lo que tuviera algo que ver con lo académico. Sir Isaac Newton era una pésima persona, y hasta el propio General San Martín no se destacaba particularmente por ser un buen padre o esposo.

El General Perón y su esposa Eva acapararon un inmenso poder en la Argentina, y a nadie se le ha ocurrido calificarlos de "locos". Las personas no convencionales no se pueden medir con la misma vara que los seres humanos ordinarios, y solamente con ver que una persona, a mediados del siglo diecinueve, fue capaz de cruzar el Atlántico cuatro veces para arriesgar su vida por una causa en la que creía, merece un calificativo mejor que el de loco.

Basta pensar que hoy en día todavía sigue siendo un asunto importante el mudarse de país cuatro veces como para entender que quien lo hacía en esa época era una persona muy especial.

Además, es también cierto que en la historia ha habido numerosos casos en los que se trata de encontrar algún chivo expiatorio para tratarlo cruelmente, como en el caso del Capitán Dreyfuss, a fines del siglo XIX, o, como ocurría en la Unión Soviética, que a los disidentes se les aplicara el mote de locos, se los declarase insanos mentalmente y se los enviara a una institución psiquiátrica.

Recurrir a la locura como argumento para explicar el comportamiento de terceros es otro de los comodines que organizaciones lo suficientemente poderosas, es decir, estados, pueden aplicar a los disidentes pues a través de la fabricación de pruebas y testimonios por medio de presiones y coerción, pueden lograr una mentira creíble.

¿Por qué razón, estrictamente hablando, Antoine I podría haber estado más loco que el General San Martín, O'Higgins, Bolívar o George Washington? ¿Por no haber triunfado quizás? Ni las naciones liberadas por San Martín, ni aquellas liberadas por Bolívar han sido exitosas, ni se han convertido en potencias mundiales. Ni una sola, por lo que en cierta medida, también fracasaron pero ¿Eran unos locos? ¿No fue para ellos una locura haber aplicado sus conocimientos y esfuerzos en una gesta que 200 años después no ha logrado sacar a estos países del tercer mundo?

Ghandi no triunfó con su revolución pacífica inmediatamente. De hecho, inició su lucha a inicios del siglo XX y entonces cabe la pregunta ¿Estuvo loco mientras no triunfó y luego se volvió cuerdo?

Otro hecho interesante es que el autor menciona en varias ocasiones que el monarca importó una constitución Francesa a su reino, escrita en francés. Pues bien, los españoles trajeron a América sus documentos escritos en español. No los tradujeron al guaraní ni al mapuche, ni a ninguna otra lengua indígena. La iglesia católica con sus ritos también ha sido una importación, y dicho sea de paso, por siglos la misa se celebró en latín.

Al fin y al cabo, los latinoamericanos estamos recordando cada 24 de Diciembre, del mismo modo que los canadienses, japoneses y tahitianos, a un niño nacido en un pesebre de cercano oriente. Si es válido esto para miles de millones de personas ¿Por qué no lo sería para este Rey?

Respecto de la carta magna del reino, el autor menciona que era un calco de la constitución francesa, pero resulta cierto que la constitución argentina de 1853 es también imitación de la norteamericana y que por otra parte, la Argentina, hasta dicho año, se caracterizó por un marcado desorden institucional y la falta de una constitución a causa de las luchas entre los diversos caudillos, por lo que si hay que hacer un juicio de valor sobre ambos casos, no parece ser que la Argentina estuviera, en ese momento, particularmente más organizada excepto por el hecho de que era un país con un número importante de habitantes.

¿Qué autoridad moral tendría la Argentina para juzgar la calidad de esta constitución cuando en esa misma época, recién se estaba organizando institucionalmente? Recordemos que por décadas, la Argentina no contó con un esquema constitucional válido, así que no hay autoridad moral aquí para dictar cátedra en esto.

Si dicha constitución era o no más autoritaria que la francesa, no creo que sea un punto relevante, pues recordemos que en esa época en muchos países, incluyendo Brasil, un país sudamericano, existía la esclavitud, por lo que es evidente que no podemos hacer una comparación o análisis de dicha constitución con nuestros días, sino que debe ser tomada en el contexto de su época, situación en la cual no puede considerarse como particularmente más autoritaria que otras.

Es un error metodológico analizar la historia sobre la base de los criterios actuales. La historia debe analizarse en un contexto y Lepot, periodista y profesor universitario, lo debe saber.

Por otra parte, Lepot hace inferencias respecto de cómo los indios podrían haber aceptado al rey rápidamente o no. Como no hay testimonios ni de un lado o del otro, el asunto queda como palabra contra palabra, o mejor dicho, si de alguna forma se demuestra que el Reino de la Araucanía existió y fue reconocido, sería la palabra de un particular (el autor) contra la de un Estado Nacional (más adelante se demuestra implícitamente que la Araucanía fue reconocida).

Con un criterio similar al que se sugiere que el supuesto rey fue aceptado, también lo fueron numerosos gobernantes, como el "Restaurador de las Leyes" y muchos caudillos locales a lo largo de la historia que aceptaban el "pedido popular" para continuar gobernando, y otros argumentos semejantes.

Es decir, los documentos de Antoine I deben ser tomados como válidos por ser crónicas de un estado, y no poder aducirse otro argumento más que el simple desacuerdo frente a lo que parece ser algo inventado o exagerado, pero puede ser bien real.

Por otra parte, si esos hechos hubieran sido exagerados, es bien evidente que algún tipo de apoyo popular por parte de los indios existió, y si el "restante" se debe a una exageración política, la única conclusión que podría extraerse es que el monarca empleaba las mismas técnicas de propaganda que emplearon y emplean muchos jefes de estado.

Es decir, estaba actuando como un jefe de estado y como un político, emitiendo documentos políticos y elaborando estrategias propias de un político, lo cual, evidentemente, habla de una gestión de gobierno que realmente existió. Si tal criterio fuera válido para descalificar totalmente a un gobernante ¿Cuantos presidentes y primeros ministros ya se hubieran quedado sin empleo?

El autor relata que los mapuches "no recuerdan" a ningún rey, y se enzarza en esto, como sugiriendo la insignificancia del mismo para los mapuches, sus supuestos súbditos. Esto ya fue analizado en el capítulo anterior, pero también se lo puede ponderar desde otros puntos de vista que resultan interesantes.

Basta escuchar los descalificativos que los propios Argentinos emplean en contra de su propio estado para entender que un ciudadano de este país no puede, moralmente, aplicar esta vara para juzgar el asunto en cuestión.

Esto es una interesante descalificación "ad hominem" e incluso "ad populum", pero podríamos rebatir este argumento diciendo que si le preguntamos el nombre del presidente argentino que gobernaba en 1900 a la mayor parte de la población de este país de forma intempestiva, seguramente muchos tampoco se acordarán. Si los ciudadanos blancos argentinos no se acuerdan de su presidente de hace cien años ¿Por qué los indios deberían hacerlo con su monarca?

Por otra parte, la posición ideológica del autor (de izquierda, por lo que confiesa por el uso del seudónimo) es una demostración clara de que es anti-monárquico, y además resulta interesante que el uso de un seudónimo para protegerse de los militares Argentinos haya sido empleado en Francia (en el juicio que le hizo Philippe Boiry, donde, en los anales legales figura el seudónimo y no el nombre verdadero del autor) y se critique el empleo de argucias legales idénticas (supuestos seudónimos) por la otra parte al mismo tiempo que se recurre al empleo de un seudónimo propio, por la razón que sea.

No nos olvidemos que más allá de las justificaciones iniciales para emplearlo inicialmente, fundamentadas en la necesidad de escapar de la dictadura militar Argentina que gobernó al país hasta 1983, el autor lo emplea en 1995, lo cual no resulta claro.

Es obvio que los seudónimos se emplean para ocultar la verdadera persona del que escribe el libro. Si este trabajo pretendía demostrar que todo este asunto del Reino de la Araucanía y Patagonia es una farsa, el hecho de haber empleado un seudónimo descalifica de forma total al mismo, pues el propio autor, es decir, Lepot, se convierte en una farsa.

Además, el empleo de argumentos legales rebuscados y la explotación de lagunas o puntos oscuros en la ley por parte del Príncipe heredero no puede decir más que la otra parte emplea un buen abogado. Al fin y la cabo ¿Qué hay de malo en emplear ventajas, nada menos que legales, para favorecer la posición de uno mismo? Cualquiera lo haría, y mientras no se incurra en delito, no puede haber nada malo en ello.

Si se protesta contra el uso de elementos legales ¿qué es lo que se sugiere? ¿Que acaso actuar ilegalmente es mejor? ¿O acaso que la otra parte debe hacer lo mismo que los grandes hacemos con los niños, es decir, dejar ganar al otro? ¿Ha sido violada la ley en esos procedimientos? Si no lo ha sido, entonces hay poco de que hablar.

Por otra parte es obvio que el autor no es parte independiente en este asunto, puesto que es ciudadano de uno de los dos países que según las teorías de la otra parte han suprimido todo conocimiento acerca de este Reino que supuestamente ha existido. Esto, sumado al hecho de que existe una evidente animosidad personal entre el autor y la otra parte, debe ser tenido en cuenta a la hora de analizar la información contenida en el libro.

Por último, no debe olvidarse que los indios, después de ser maltratados por las fuerzas militares que invadieron su territorio, debieron firmar tratados de paz a fin de conservar sus tierras, y que la propiedad de estos terrenos, prácticamente en todos los países del continente, es todavía un asunto pendiente de litigio tanto judicial como político.

Resulta evidente desde este punto de vista, que si se está negociando la devolución de tierras y la parte que espera recibirlas porque tiene sólidos argumentos a su favor, es decir, los indios, pueden bien adoptar una postura puramente política y a los fines de la negociación en el sentido de no traer a colación un tema que puede dañar el estado presente de las negociaciones.

Basta colocarse en el lugar de los indios para entender esto: si yo fuera cacique o representante de la comunidad indígena, no pelearía por un detalle histórico que no viene al caso para mi reclamo, sino que concentraría mis energías en lo que realmente me interesa y, si por otra parte existiera la posibilidad de que me acusaran de sedición por sugerir que los territorios de la Argentina o Chile en realidad pertenecen a otro estado virtualmente ocupado por estos, entonces me callaría la boca también. Es decir, la supuesta falta de memoria de los indios respecto de este rey puede deberse a la simple ignorancia que todos los pueblos poseen, y también a intereses creados.

En una parte específica de la obra, el autor menciona los títulos reconocidos por Francia, en base a una carta escrita por un General francés que es director del colegio heráldico de ese país, en donde insiste en que Francia únicamente reconoce los títulos nobiliarios otorgados por ella o por países soberanos.

Es necesario recordar que en Europa un título nobiliario tiene rango oficial e implica ciertos privilegios, y por ello existe allí tal cuidado con estas cosas. Para los sudamericanos, estos títulos son solamente adornos, pero para los europeos, no. También dice que se sanciona severamente (cárcel) a quienes hagan uso de títulos de forma ilegítima, pero no habla expresamente del caso de la nobleza del Principado o Reino en cuestión.

Sin embargo, el autor también menciona que Antoine, o mejor dicho, su tumba, recibió una lápida varios años después de su muerte, en donde dice "Antoine i, Rey de Araucanía y Patagonia", o sea que si este título, no fuera reconocido por el estado Francés, esa lápida tendría que haber sido quitada de allí, y sin embargo, hasta figura en la guía Michelin para turistas. ¿No sería esto apología del delito por parte de Michelin? ¿Acaso yo o Lepot podríamos tener sendas lápidas que rezaran "Presidente de la República" si no lo fuéramos? ¿Puedo yo hacer que mi lápida me declare Papa?

Por otro lado, si ello se sanciona con la cárcel, ¿cómo es posible que la "Corte Araucana" sigue existiendo? ¿Cómo es posible que con títulos supuestamente falsos o ilegítimos los supuestos descendientes de Antoine I continúen reafirmando sus respectivas posiciones y no estén en este mismo momento en la carcel?

Con las argucias aducidas por Lepot no alcanza para explicar toda esta situación. Quizás alcanzarían para explicar algún que otro aspecto aislado, pero no algo tan orgánico y tan complejo como esto.

No nos olvidemos todo este debate se centra en Francia, y si las cortes francesas "no son competentes" para resolver sobre estos títulos de nobleza o realeza en cuestión por ser "extranjeros" entonces están reconociendo que, en primer lugar, no es un delito emplearlos en sí, y en segundo lugar, que se trata de una cuestión extranjera para ellos. Si es una cuestión extranjera, entonces puede ser Argentina, Chilena, o sino ¿de quién otro?

Si ni la Argentina ni Chile han demandado legalmente a esta Casa Real a lo largo de más de un siglo, y si el propio sucesor, Philippe ha venido a estas tierras y no ha sido procesado por la tenencia de un título ilegítimo, sedición, etc. entonces la única conclusión que cabe es que no es algo de competencia de estos países, y las cortes francesas y sus jueces ya habrán tenido tiempo de saber cual era la situación de tales títulos en la Argentina y en Chile. Es más, no son de jurisdicción, por lo menos de la Argentina, por cuestiones constitucionales.

Por consiguiente, si el título no es francés, ni argentino, ni chileno, Francia reconoce implícitamente con este hecho, y más allá de otros reconocimientos implícitos o explícitos, que la Araucanía es un reino soberano y que su monarca fue Antoine I, porque obviamente, las "potencias extranjeras" o el "gobierno soberano" que se requiere que otorgue el título como tal no es ni la Argentina ni Chile.

Si se tratara de un delito la utilización de los títulos araucanos bajo la jurisdicción francesa, ipso facto se deduce que las cortes de dicho país no se hubieran declarado incompetentes y por consiguiente, Philippe habría sido sancionado pues la Araucanía no sería un gobierno soberano apto como para otorgar tales títulos. Por lo tanto, si las cortes son incompetentes en este caso ¿a quién le quedaría resolver esto? ¿Al supremo tribunal francés? ¿Y quién tendría que haber apelado a él? ¿El sucesor Philippe quizás?

Según el Sr. Lepot, es precisamente Philippe quien debería haberlo hecho pero resulta ridículo pensar que si uno ha ganado un juicio en una instancia, va a apelar el propio fallo para que pase a una instancia superior. O sea, si yo le hago un juicio a alguien, no es precisamente para darle la razón sino para quedarme con ella, y nadie está obligado a actuar en su propia contra.

Vale decir, tendría que ser la parte contraria lo que lo hiciera ¿Y por qué no Lepot, entonces? Dicho de otro modo, las instancias de apelación existen para darle varias oportunidades a la parte perdedora, a fin de hacer valer sus reclamos, pero no hay obligación alguna para la parte ganadora de hacer uso de tales instancias a fin de perjudicarse.

Por otra parte, Lepot dice que el sucesor Philippe recurrió a tribunales que le darían una solución más simple y expeditiva para sus casos judiciales y yo pregunto ¿Qué hay de malo en ello? ¿O acaso una persona que busca solucionar una cuestión judicial está obligada a hacerlo de la manera más difícil posible?

Segun esto, habría que entender que Lepot considera sano hacerse más problemas de los necesarios. En la querella del Príncipe philippe contra Lepot, que fue rechazada por falta de mérito por parte de un tribunal francés ¿acaso Lepot recurrió a una instancia superior de apelación, en contra de sus propios intereses? Es evidente que no, entonces ¿Porqué reclama a Philippe que lo hubiera hecho en el otro caso que cita?

Además, respecto de esta querella en la que Lepot se declara "invicto", como si se tratara de un partido de fútbol, lo cual sugiere cosas extrañas acerca del autor, debe destacarse que la misma fue rechazada por un tribunal francés por falta de méritos, lo cual no es lo mismo que recibir una sentencia contraria.

Es decir, era el Príncipe philippe quien inició una calumnia a Lepot por algo, y no viceversa, y el hecho de que la demanda haya quedado en nada prueba solamente que Lepot es inocente de lo que se le acusaba, y no que el Príncipe es culpable de algo, como se desprende que Lepot intenta sugerir. Es precisamente Lepot quien hace uso de argucias y tecnicismos legales para sostener que no ha sido vencido.

En cuanto a la cuestión de los listados legítimos de condecoraciones que obran en manos del gobierno francés y los cuerpos competentes; si decimos que hay listados en los que según las autoridades francesas figuran ordenes de caballería o títulos no reconocidos oficialmente, de esto se desprende que hay una diferencia entre lo que es un reconocimiento oficial y la ilegalidad, porque de lo contrario y tomando tales listas, las cortes deberían haber sido competentes para juzgar al suceso Philippe.

Es decir, esos listados de ordenes y condecoraciones no reconocidas no implican ilegalidad, pues estaríamos en una contradicción al haber dos reparticiones diferentes del gobierno francés que estarían diciendo distintas cosas. Como el propio estado francés y sus reparticiones están obligados a respetar su propia ley y los fallos judiciales, de ello se desprende que estos listados no pueden implicar una afirmación de ilegalidad, en primer lugar porque no son competentes para juzgar tales asuntos, pues no son un tribunal, y por otra parte, porque hay fallos evidentes que dicen lo contrario.

Es decir, si el colegio heráldico francés considerase que Philippe hubiera cometido un delito, debería haberle pedido a la justicia francesa que actuara, pero no lo hizo desde los años cincuenta. Es decir, hubo decenas de años para probar si Philippe actúa legal o ilegalmente, y sigue estando libre, por lo que evidentemente es inocente de lo que Lepot le achaca.

Es obvio que si las autoridades francesas no toman medidas contra Philippe es porque no hay un acto ilegal en sus acciones, y por consiguiente, esos listados a los que Lepot hace referencia solamente pueden expresar una opinión, pero no pueden tener valor decisorio. Por otra parte, Lepot dice que Philippe no tiene instrucción universitaria. Entonces ¿Cómo es que es tan hábil para explotar los "vacíos" de la legislación de su país? ¿Y cómo es que el Príncipe dirige entonces una universidad, según lo que se desprende de noticias aparecidas en el diario "La Nación"?

Para poder jugar con la ley de esta forma, y sin saber nada de leyes habría que estar frente a un verdadero "Príncipe" al mejor estilo de Maquiavelo, quien, de paso, reconoce y afirma que los cargos puede obtenerse de diversas formas, y para Maquiavelo, un Príncipe que logra obtener su posición por medios alternativos a la sucesión hereditaria es tan legítimo como uno de sangre, por lo que la sucesión Araucana es de todas formas, legítima incluso bajo los argumentos del autor.

Es decir, de acuerdo a la indudable literatura de Maquiavelo, si seguimos el razonamiento de Lepot, debemos concluir que en el caso del Phiilippe estamos ante un verdadero Príncipe.

Si nos guiáramos por los argumentos de Lepot en este sentido, y nos rehusamos a aceptar tal conclusión pese a todo, tendríamos que elaborar toda una teoría complicada acerca de cómo el sucesor Philippe es un autodidacta en cuestiones de derecho o cuenta con formidables y subrepticios asesores legales, pero si es así ¿quienes son y donde están? La otra teoría podría ser que hay como mínimo algo de verdad en lo que sostiene el Príncipe philippe.

Ahora bien, de acuerdo al más puro método científico, se dice que si dos teorías explican igualmente un hecho, la más sencilla tiende a ser verdadera o poseer un mayor valor de verdad.

Pues bien, es evidente que resulta más sencillo de entender que una persona "sin estudios terminados de ninguna clase" puede vencer en una contienda legal si tiene la simple y pura razón, o bien que posee tales estudios, que si emplea argucias y que "ha sabido explotar hábilmente", o bien, que tal persona no es alguien que "no ha completado ningún tipo de estudios" pero es extraordinariamente hábil en un terreno que en Europa está reservado para verdaderos especialistas. De esto se desprende que en un caso o en otro, Lepot está faltando a la verdad, lo cual desmerece la calidad de su trabajo tanto desde el punto de vista científico como periodístico.

Volviendo al tema de los títulos otorgados en sí, aclaro que el reconocimiento oficial del gobierno francés equivale a lo que en el caso de los títulos universitarios se denomina acreditación oficial, que es bueno tenerla para las casas de estudios, pero no significa automáticamente que las que no la poseen sean malas.

De hecho, varias de las escuelas de la Universidad de Harvard no cuentan con acreditación del gobierno norteamericano, y muchas universidades nuevas no pueden estar acreditadas simplemente por ser nuevas, lo cual no significa un juicio de valor sobre las mismas.

Hay muy buenas universidades que no cuentan con acreditación oficial, y si bien desde luego, ello influye en su prestigio, no es un factor determinante. ¿O no podría deberse que estas ordenes de caballería figuren en tales listas a tecnicismos legales tan arcanos como las propias argucias que Lepot dice que Philippe ha empleado "con habilidad" y simplemente ello es un mero detalle?

En cuanto a las ordenes y medallas, si el gobierno francés, o para el caso, cualquier otro gobierno las aplicara en el sentido tan estricto que el autor menciona, hasta los Boy Scouts y los cadetes de los hoteles estarían en cárceles francesas, y no nos olvidemos de los empleados de los restaurantes como Mac Donald's que llevan condecoraciones propias como "Empleado del Mes" y semejantes.

Evidentemente, entre la interpretación que hace Lepot y la realidad, hay algunas diferencias y aquí una vez más está faltando a la verdad y desacreditando su punto de vista. Pero más allá de que el comercio, y también el tráfico de títulos nobiliarios son parte de la realidad, y sin pretender analizar profundamente esto desde un punto de vista heráldico, el autor hace referencia a nobles que, por el caso, no venden sus títulos por considerar a esto algo incorrecto, e inicia una especie de arenga moral sobre lo que es aceptable o no en materia de estas ventas.

Pues bien, sin avalar el fraude, que es un delito en cualquier tipo de venta y lo hay en las operaciones inmobiliarias, de joyas, etc. los títulos nobiliarios han sido históricamente escrituras, o títulos de propiedad de tierras. ¿Acaso no es posible vender tierras? Es evidente que los títulos constituyen una cuestión de status, y bien real, por lo que tienen valor, como lo son la moda, los autos deportivos, viajar en Concorde, y otros productos o servicios de lujo. ¿Está mal poseer un auto de lujo?

Justamente, es obvio y natural que si un producto o servicio posee algún valor, se desarrolle un mercado a partir de él. Lepot menciona que antes los títulos nobiliarios se daban por actos de valor, patriotismo, etc. pero en la práctica, se entregaban, generalmente asociados a la posesión de tierras, por un simple problema de caja: los reyes no contaban con dinero efectivo para pagar tales servicios.

El propio Duque de Buckingham se encargó en una época en llenar las arcas de Inglaterra vendiendo títulos con el aval del monarca. Concretamente, vendía Baronías. Y también los gobiernos de la Argentina y EE.UU pagaban a sus servidores con tierras y cosas por el estilo. A Luis Piedrabuena le dieron la Isla de los Estados de esta manera. Que estos premios no llevaran un título por nombre es solamente una cuestión de forma, pues en esencia eran lo mismo.

Reitero que los títulos nobiliarios son estrictamente hablando, títulos de propiedad. Es decir, las escrituras que se empleaban dentro del sistema feudal, así que hablar de cesión de tierras en una república, o de cesión de títulos nobiliarios en una monarquía es, en esencia, hablar de lo mismo. Es obvio que cuentan con un cierto élan, que les da un valor casi etéreo, pero en el fondo no son más que otro bien transable.

Por otra parte, referirse o pensar que tales títulos se entregaban únicamente por cuestiones heroicas más propias de los cuentos de hadas que por cuestiones de este mundo resulta ingenuo, y más aún cuando en la historia se pueden apreciar muchos casos de nobles que no tenían espíritus muy nobles, sino más bien crueles ¿O el Marqués de Sade recibió su título por sus preferencias personales? ¿Y qué hay de César Borgia?

Y no nos olvidemos que varios piratas y corsarios, como Sir Francis Drake, recibieron sus títulos por actos totalmente innobles, como precisamente lo es la piratería. Es más: tanto los Romanos como luego Carlomagno, entregaban los títulos nobiliarios como títulos de función pública. El 'Dux' Romano, Duque era una especie de jefe militar. Los 'Comtes' o Condes, eran los cortesanos del Emperador. 'Baro', por Barón, significa en una forma antigua 'Hombre libre' es decir, que no se trataba de un siervo o esclavo, etc.

En un mundo ya acostumbrado al arte abstracto, a las sumas millonarias que se abonan por 'obras' por demás extrañas, a cachets de artistas exorbitantes, resulta extraño que la venta de un título nobiliario resulte tan sorprendente para el autor.

Obviamente, ello no quiere decir que uno vaya a adquirir un título nobiliario, pero para quien desea hacerlo, y mientras se trate de algo genuino o al menos, no ilegal, no puede haber objeción válida, y en cuanto al uso que pueda hacer de él en otras latitudes, donde puede ser considerado como legal o ilegal, la cuestión no es tan tremenda, pues este tipo de cuidado también hay que tenerlo con los títulos universitarios.

Para quien no lo sabe, los títulos universitarios también se pagan. Los títulos de las prestigiosas universidades cuestan mucho dinero, y si comercialmente, un título nobiliario brinda mucho prestigio en algunos mercados, entonces el comercio de los mismos es una cuestión de simple oferta y demanda. Pero obviamente, si como relata Lepot el poseer un título nobiliario puede ser lucrativo aparte de una simple cuestión de prestigio, entonces no debería sorprender a nadie que exista un comercio de ellos.

Claro, el título universitario requiere de una inversión de esfuerzo, además del dinero, pero por otra parte, los títulos nobiliarios son mucho más escasos y por ende, más valiosos. Que Lepot denomine a esto como "esnobismo" no me parece acertado. Si bien es cierto que esta actitud existe, no está limitada ni es particular de estos títulos, por lo que asignar semejante caracter peyorativo a los mismos hasta puede ser una manifestación ofensiva para quienes los poseen o los aprecian.

Para ponerlo de otra forma, si un médico argentino o chileno viaja a los Estados Unido y pretende ejercer su profesión sin rematricularse debidamente, incluso siendo médico genuinamente iría a parar a la cárcel, y basta averiguar que en algunos estados de la unión, como la Florida, hasta hace poco era considerado delito para, por ejemplo, un ingeniero, mostrar una tarjeta de visita con su título universitario si no estaba debidamente matriculado en dicho estado. Si yo fuera el mejor ingeniero del mundo, pero fuera japonés y estuviera de visita en Miami, alguien que recibiera mi tarjeta de visita podría hacerme encarcelar por ello.

De cualquier forma, muchas de las observaciones del autor son útiles o pueden constituir un punto de partida para quienes se interesen por dichos títulos, a fin de guarecerse del fraude. Pero evidentemente, la recaudación de fondos se hace en todas partes, y hasta las propias universidades lo hacen con los bien conocidos doctorados "honoris causa", y entre las universidades que lo hacen, figuran prestigiosas instituciones como la Universidad de Bologna, por lo que la discusión se convierte en algo complicado y que excede el caso del supuesto Rey. Lepot omite este dato y vuelve a faltar a la verdad.

Es más, el propio poder judicial de los EE.UU ha avalado a las iglesias y confesiones a otorgar títulos doctorales de naturaleza religiosa sin control oficial, de acuerdo a la sentencia cursada el día 27 de Febrero de 1974 en su causa s-1964, Juzgado del Distrito Este de California.

Por otro lado, si el propio gobierno inglés otorga títulos de caballería y nobleza, y admite la subasta de tales títulos, estamos diciendo que Francia, los Estados Unidos de América y el Reino Unido avalan tales transacciones, y si bien en un solo caso podría aceptarse el empleo de argucias legales por parte del sucesor Philippe y otras personas, como dice Lepot, ya estamos hablando de tres países independientes y de indudable seriedad jurídica que avalan tales acciones.

Pero hay una cosa más relacionada con este tema, y es que tales críticas y ridiculizaciones son una expresión más de esa perniciosa manía que tenemos las personas cuando actuamos en base al resentimiento y la disconformidad, consistente en criticar cualquier cosa y a cualquier precio. Quien tiene a la verdad e su lado no necesita del escándalo, sino solamente las palabras que y los hechos que hablan por sí mismos.

Tanto en Chile como en la Argentina se habla de los héroes de nuestras respectivas campañas independentistas. O’Higgins, San Martín y otros son venerados como semi dioses, al menos en el plano teórico, pero en la práctica, ambas sociedades han fracasado en brindar a su población en los ideales que estos patriotas querían brindar a sus naciones.

Los gobiernos de estos dos, y por qué no, también de otros países latinoamericanos han estado muy por debajo de las aspiraciones de estos hombres, y solamente basta compararnos con países de similar antigüedad, pero de otras latitudes, para entender esto: Canadá, Nueva Zelandia y Australia vienen a la memoria, y muy difícilmente podamos decir que existe alguna comparación posible entre como vivimos aquí y como se vive allí.

Yo he vivido fuera de mi país, en Alemania, y sé que como se hacen las cosas aquí no es precisamente como se llegará hasta allí. Algunas de esas cosas que podemos aprender de ellos es a valorar y respetar el esfuerzo humano, a construir héroes humanos que sirvan de ejemplo aplicable a la gente, y a trabajar seriamente.

No todos combaten en guerras impresionantes o cruzan cordilleras con ejércitos, por lo que tales ejemplos si bien valiosos, sirven de poco concretamente para el ciudadano común, y la realidad es que más allá de leer reiteradamente la historia de estos héroes, cualquier ciudadano de la Argentina o de Chile poco puede extraer de ellos como ejemplo personal. ¿Eran buenos padres? ¿Eran magnánimos con sus prisioneros? ¿Tenían un perro? Estas preguntas tan simples son las que en realidad definen a los líderes que la gente va a seguir porque se identifican con ellos.

Creo que son pocos los que aquí pueden contestar estas preguntas, y esto no es debido a la falta de estas cualidades en quienes son vistos como héroes, de ninguna manera, pero al hecho de que es bastante común que nuestros intelectuales esconden parte de la historia que no les gusta, tergiversan lo que pueden adaptar a sus fines y resaltan lo que desean resaltar, faltando a la verdad por su propio entusiasmo.

En consecuencia, nuestros héroes de todos los días no son humanos y no se los puede siquiera criticar. Y junto con esos héroes van también nuestros conceptos de patria, historia y dignidad, que se convierten más en tabúes que no pueden cuestionarse, que en valores humanos. Por eso, cuando aparece alguien o algo distinto, se lo destruye, para evitarse la molestia de tener que hacer una autocrítica, aunque tengamos nosotros mucho que aprender antes de tener la altura moral suficiente como para criticar.

Antoine I fracasó y triunfó. No se convirtió en uno de nuestros super héroes, pero creo que es un símbolo de lo que en realidad San Martín, O’Higgins y otros fueron. Es decir, seres humanos con una idea y con una visión; con la creencia de que en realidad nada es imposible.

Lo que muestra la historia de Antoine I es a un personaje más que notable, con sus virtudes y por supuesto, flaquezas, pero a alguien que en definitiva logró ser lo que quiso, porque incluso hoy en día sigue siendo un Rey, sin recibir el endiosamiento que se le asigna a quienes logran dirigir efectivamente un estado. Antoine I logró convertirse en un Rey Humano.

Si después de cien años desde su muerte todavía se lo recuerda y hay quienes sienten la necesidad de atacar su persona, es porque algún valor tiene, mal que les pese a los chauvinistas. Lo que el primer Rey de la Araucanía y Patagonia simboliza, y lo que su vida puede enseñar deberían servirnos de lección en vez de encarar el asunto como una “afrenta” a una supuesta dignidad nacional que en la práctica poco ha servido a los habitantes de estos pueblos.

Antoine I, poseía una tenacidad poco habitual en la mayoría de las personas, y eso lo debería convertir en un ejemplo, no en un payaso de nuestro propio circo, porque al pretender hacer descender a quienes consideramos como adversarios o enemigos al nivel del barro, nosotros descendemos también, y una vez que estos fantasmas desaparecen, nosotros permanecemos allí.

Es muy extraño que gente de letras, del mundo universitario, no hagan esta distinción, aunque no estén de acuerdo en el todo, pues al no hacerla, no la saben o no la quieren saber, y no la enseñan o no la quieren enseñar. Es por estas conductas que seguimos y seguiremos en el barro, hasta que aprendamos a asignarle otro valor a la historia.

En definitiva, la Argentina y Chile han vencido. Los indios han sido derrotados, Antoine I y su reino se esfumó, mientras que sus descendientes viven fuera de la región. Los emperadores Romanos, en el Circo, muchas veces debían decidir la suerte de los gladiadores vencidos. Entre ellos, que indudablemente formaron uno de los mayores imperios de la historia, la valentía era una cualidad y una virtud, y los emperadores decidían si le otorgaban al derrotado una segunda oportunidad en función de ello.

Lepot debería haber sustentado sus puntos de vista con datos más concretos en vez de verborragia, a fin de que no quedaran dudas sobre su obra que, en vista de los hechos, no parece un trabajo bien intencionado.

El trabajo de Lepot me recuerda a una carnicería irracional con muchos puntos, motivos y argumentos cuestionables y contradictorios con sus propias acciones, lo cual no me parece propio de quien realmente sustenta la verdad sino una ideología. Por ello yo creo que a pesar de todo, Antoine I y su Reino merecen nuestros pulgares hacia arriba.

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*).  La fecha corresponde a la publicación en ésta Página Web. Foto, Archivo MIL (Enlace Mapuche Internacional).

Fuente: andinia.com

 

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