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Movimiento Autonomista Mapuche

Desafíos para avanzar

Una cosa debiéramos tener clara a estas alturas: Los problemas de la nación mapuche en Chile sólo pueden ser resueltos por nosotros. No será gracias a un decreto o una ley constitucional o una concesión del Parlamento que los mapuche nos convertiremos en un pueblo o una nación. Lo seremos en la medida que lo creamos, que seamos capaces de forjar una identidad nacional y estemos dispuestos a luchar por autodeterminarnos, le guste o no al Estado y su clase político-empresarial. En nuestras manos se encuentra el futuro de nuestro pueblo, lo que  implica a su vez asumir varios desafíos.

Por Rodrigo MARILAF y Pedro CAYUQUEO* / Azkintuwe Noticias / Martes 14 de Febrero de 2006

GULUMAPU / La victoria electoral obtenida por Michelle Bachelet (PS) en el balotaje del pasado 15 de enero abre elementos de un nuevo escenario que es necesario comenzar a revelar. Felices se pronuncian distintos personeros en la Concertación de Partidos por la Democracia al señalar que está victoria abriría "nuevas y grandes" oportunidades para Chile, así como cambios culturales profundos a un país tradicionalmente conservador. Sin embargo, más allá de estos pronósticos para la galería ¿qué encierra el futuro gobierno de Bachelet para el movimiento mapuche en particular?

En primer lugar, será el cuarto gobierno de una alianza que ha sabido perpetuarse el poder por ya casi dos décadas. Si Bachelet es la continuidad de las recalcitrantes políticas implementadas por su coalición, esto no quiere decir otra cosa que -más allá de ciertos retoques- persistirá la profundización del modelo económico neoliberal, con su secuelas de injusticias sociales y depredación del medio ambiente. Es asó como escándalos como Celco o Pascua Lama seguirán estallando más allá de lo que establezca la legislación vigente, porque bien sabemos que las leyes son siempre salvables para quienes detentan el poder económico y cuentan además con la complicidad de los gobernantes de turno.

Entre las secuelas de injusticias sociales, los ejemplos también sobran y de ellas los más perjudicados siempre hemos sido las naciones originarias y, particular-mente, nosotros los mapuche en la zona sur de Chile. En el Wallmapu, el País Mapuche, hoy día estamos sometidos a un nuevo proceso de invasión a manos de empresas transnacionales de diverso signo, las cuales ni siquiera tributan en el territorio, llevándose ganancias extraordinarias a costa de nuestros recursos naturales y una legislación laboral a la medida de sus intereses. Según la encuesta CASEN, las regiones que se destacan por su pobreza son la Octava (52,3%), la Novena (43,2%) y la Décima (41,6%).

Los mismos datos oficiales señalan que en la actual IX región, 1 de cada 3 habitantes está en situación de pobreza y de ellos al menos un tercio es indigente. Esta pobreza se encuentra asociada mayormente a zonas rurales, siendo las comunas donde mayormente se concentran las reducciones mapuche las más pobres entre las pobres. Y a esta opresión de tipo material, se suma -en el caso de la ciudadanía mapuche- una opresión también política, en tanto nuestro derecho a autodeterminar nuestro destino, a participar de la cosa pública o, cuando menos, a ser consultados a la hora de ejecutar megaproyectos estatales y privados, no se reconozca.

¿Cuál será la respuesta de Bachelet frente a está situación? Tendemos a pensar que más indigenismo de estado, fracasado y mal oliente. Fracasado por cuanto nunca ha logrado, en ya casi cien años de aplicación y millonarios programas de inversión, sacarnos de la pobreza extrema en que nos dejó la guerra de invasión a fines del siglo XIX. Y mal oliente, por cuanto se complementa con estrategias represivas que poco tienen que envidiar a regímenes dictatoriales en lo que a detenciones extrajudiciales, campañas de guerra sucia, procesamientos arbitrarios y uso de leyes antidemocráticas se refiere.

Pero más allá de las eternas promesas de reconocimiento constitucional, ratificación de convenios internacionales y desgastadas políticas asistencialistas bautizadas como "nuevo trato", ¿qué futuro estamos proyectando, luchando y construyendo, nosotros mismos los mapuche para nuestra nación? Más allá de nuestras desgastadas estrategias para influir al poder mediante acuerdos, pactos o compromisos originados en rimbombantes mesas de diálogo o consejos ciudadanos ¿qué es lo que estamos haciendo para cambiar una dinámica que nos tiene reaccionando ante escenarios, en vez de ser capaces de generarlos en función de nuestros intereses?

Una cosa debiéramos tener clara a estas alturas: Los problemas de la nación mapuche en Chile sólo pueden ser resueltos por nosotros. No será gracias a un decreto o una ley constitucional o una concesión del Parlamento que los mapuches nos convertiremos en un pueblo o una nación. Lo seremos en la medida que lo creamos, que seamos capaces de forjar una identidad nacional y estemos dispuestos a luchar por autodeterminarnos, le guste o no al Estado y su clase político-empresarial. En nuestras manos y solo en nuestras manos se encuentra el futuro de nuestro pueblo, lo que por cierto implica a su vez un gran desafío a enfrentar para quienes actuamos en el quehacer político-social.

Enhorabuena, pareciera existir un consenso al interior del movimiento mapuche respecto de la necesidad de avanzar hacia un proceso de organización de nuevo tipo, que permita la emergencia de un instrumento de lucha política pertinente con los tiempos que vivimos. En este sentido, se ve como una verdadera urgencia romper con la dinámica de acción contestataria que nos ha caracterizado en los últimos años, así como poder transitar hacia la elaboración de propuesta políticas concretas. Y no tan solo en lo referido a estrategias para revertir la expoliación territorial que nos afecta en el ámbito rural, piedra angular donde ha girado el accionar del movimiento mapuche por más de medio siglo.

Nos referimos a propuestas de tipo integral, capaces de interpretar los intereses de aquel abanico de sectores que componen en los hechos nuestro pueblo en Gulumapu, entre ellos campesinos, estudiantes, profesionales, pescadores, obreros, jóvenes, adultos mayores, etc. En definitiva, todos aquellos sectores hasta hoy no representados y que exigen ser integrados a los nuevos discursos de nuestros dirigentes, si es que en verdad hablamos de construir una nación en el día a día, dejando aquellos discursos maximalistas que a decir verdad no calientan a nadie o a muy pocos. No es fácil generar este cambio de mentalidad. Implica, en parte, terminar con aquel culturalismo que impregna a un sector importante de nuestras organizaciones y que en su cara más extrema, solo nos conduce al ostracismo y el aislamiento social. Fácil en teoría. Reconocemos que no tanto en la práctica.

Implica, también en parte, creernos el cuento de que somos sujetos de nuestra historia. Sentir y creer que somos también capaces de actuar en la primera división de la acción política. Como lo hicieron, allá por la lejana década del treinta, nuestros predecesores de la Sociedad Caupolicán y la Federación Araucana, disputando elecciones parlamentarias, estableciendo transversales alianzas políticas, levantando estructuras partidarias y soñando incluso con el establecimiento de una República Indígena y un Banco Nacional que pudiera apoyar a los emprendedores comerciantes de la "raza". Evo Morales, nos parece, sueña en Bolivia algo no muy diferente para los suyos por estos días. Y vaya si nos emocionamos de solo imaginarlo para nosotros.

¿En qué momento comenzamos a actuar en política desde la derrota, desde la exasperante humildad del colonizado? Urge un cambio de actitud. Esto implica, como punto de partida, romper con aquel espejismo de los "frentes indígenas" al interior de los partidos chilenos, microclimas hoy en día reactivados y donde campea la cooptación dirigencial, sumada al paternalismo y la subvaloración de nuestras capacidades de conducción y liderazgo, que subyacen en el inconsciente de la clase política desde que Chile se pensó como República. He aquí la importancia de levantar un nuevo tipo de organización política, capaz de enarbolar nuevos discursos y propuestas, pero también capaz de transformarse en alternativa para todos aquellos ciudadanos y cuadros dirigenciales mapuches hoy al servicio de estructuras y programas políticos ajenos.

Para quienes escriben, este instrumento político lo constituye hoy en día Wallmapuwen, partido político en construcción y en el cual confluyen los esfuerzos y capacidades de una nueva horneada de dirigentes y militantes de nuestro pueblo, provenientes de escuelas tan diversas como la dirigencia campesina, etnogremial, estudiantil-universitaria, el trabajo académico y la cada vez más urgente reflexión intelectual. Un abanico de experiencias de liderazgo y militancia mapuche que busca refrescar con sus ideas y proyectos nuestro quehacer político. El camino que nos queda por recorrer es aún extenso. Inmerso en una primera fase de gestación y estructuración interna, Wallmapuwen aspira a convertirse, en definitiva, en factor de cambio y renovación dirigencial, además de motor de progreso social y bienestar para todos, mapuches y chilenos.

Y es que los errores cometidos nos fuerzan a replantear antiguas prácticas y formas de actuar. Creemos que ya no se puede seguir insistiendo, por ejemplo, en aquel manido antagonismo de los mapuches contra el Estado Chileno, o aquel más extremo aún de los mapuches contra los winka a la hora de interpretar el conflicto existente, por cuanto esto supone erigir contradicciones irreconciliables en cada caso, contradicciones que solo nos entrampan y nos impiden forjar alianzas con amplios sectores de la sociedad en general. ¿Es posible entonces elaborar un discurso político democrático, pluralista, incluyente y que aspire representar a vastos sectores mapuche y chilenos en el Wallmapu? Creemos que no sólo es posible. Es absolutamente necesario si queremos avanzar hacia mayores grados de control político sobre nuestro destino / Azkintuwe

* Ex dirigentes universitarios. Miembros de la Comisión Política de Wallmapuwen.

** Artículo publicado en Periódico Azkintuwe Nº18, Febrero-Marzo de 2006. Pag. 26.

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